En el pantano de Navalcan

Hace un par de días tomé la decisión de visitar el pantano de Navalcan (Toledo) para comprobar cómo los efectos de este noviembre tan cálido estaban repercutiendo en su fauna, especialmente en la avifauna migratoria.

El día, muy soleado y apacible, era un remanso de paz en todos los sentidos. En los encinares que rodean al pantano, cubiertos por un tapiz vegetal verde, pacían sin tregua tanto el ganado vacuno como el lanar, y como no, los cochinos de piel oscura y pezuñas negras disfrutando de la montanera, de ese periodo en el que las bellotas son un importante complemento de su dieta omnívora.

Nada más bajarme del coche me dieron la bienvenida los largos hilos de las arañas que tejen los campos en otoño, y que se conocen con dos nombres muy contrapuestos: “hilos de la virgen” y “babas del diablo” –así nadie se enfada-. En el mes de octubre, las pequeñas arañas de algunas especie aprovechan el viento o las corrientes térmicas para desplazarse lo más lejos posible, lanzando hilos de seda al aire. De esta manera, y entre todas, convierten el campo en un gran entramado de hilos que cruzan árboles, plantas y caminos.

Según paseaba por el entorno del pantano iban levantando vuelo las lavanderas y las cogujadas, muy abundantes en la zona.

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P1180138-m-1200 He elegido esta imagen de la cogujada común porque a su izquierda y por encima, se pueden ver algunos de los «hilos de la virgen». El nombre específico de la cogujada es Galerida cristata, de la familia Aláudidos.

En una pequeña charca cercana pude comprobar que aún estaban en activo las ranas, así como  algunas libélulas y caballitos que aún seguían con las tareas del apareamiento y, en tándem,  depositaban sus huevos en el agua.

Y ya, a orillas del pantano, me saludó una garza real, que tuvo a bien detenerse no
demasiado lejos de mi humilde objetivo. Pero, en ese momento, llegó un coche
con pescadores y rápidamente se alejó. Como lo hicieron otras aves que la
acompañaban.

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P1180065-MR-1200  El nombre científico de la garza real es Ardea cinerea, de la familia Ardéidos.

Después de un tiempo para el descanso y la comida, el paseo por el pantano continuó. Como ya había más presencia de pescadores, las garzas, cormoranes, gaviotas y patos se fue al otro extremo del pantano, y aunque me aproximé cuanto pude, el lugar que eligieron era casi inaccesible para mi teleobjetivo; a pesar de ello, no me resistí a hacer unas cuantas fotos que, salieron, como no, con mucho “ruido”. ¡Qué le vamos a hacer!

P1180208-M-1200 Las gaviotas sobrevolaban las aguas en un ir y venir rasante, como una procesión de ida y vuela. Todas las que he fotografiado son gaviotas reidoras, cuyo nombre científico es Chroicocephalus ridibundus (antes Larus ridibundus). Familia Láridos.

P1180386-M Un cormorán grande sobrevuela las aguas en solitario. Su nombre científico es Phalacrocorax carbo, y la  Familia a la que pertenece, Phalacrocorácidos.

A medida que el sol descendía, el color de las aguas, los reflejos en ellas de cuanto le rodeaba, incluso del cielo, variaba por momentos. Su belleza se convirtió en la protagonista de las horas cercanas al atardecer.

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Y cuando ya el sol se despedía, pude ver dos puntos en el horizonte celeste. No sabía de qué se trataba, pero a medida que se acercaban me di cuenta de que eran dos grullas.  Confieso que me puse nerviosa. No me las esperaba. Después pasó un grupo de cormoranes, y a estos le siguieron unos patos. ¡Y de nuevo aparecieron las grullas!, esta vez un grupo de seis. Parece ser que tienen su dormidero en este pantano y que proceden del gran dormidero que hay en el pantano de Rosarito (Cáceres) . Aunque ya han atravesado nuestra geografía muchas grullas, quedan miles de ellas esperando en Francia a que se eche el frío en nuestro territorio. Así que, cualquier día de estos, se animarán a tomar posesión de los lugares que abandonaron allá por el mes de marzo. Y será un enorme placer contemplar sus siluetas en vuelo.

P1180270-R-1200 El nombre científico de las grullas es Grus grus (como el sonido gutural que emiten). La familia: Gruidos. 

Dejo para el final, y siento tener que hacerlo,  la fotografía y el comentario que da pie a una denuncia  –me consta que ya hay muchas hechas-, de la desvergüenza y desconsideración de ciertas personas que van a pescar, o a pasar allí una jornada de recreo, y que dejan todos los restos orgánicos e inorgánicos por los alrededores.    P1180122-M-1200  Es muy lamentable que estas gentes que dicen disfrutar de la naturaleza vayan allí envenenarla. Pero, lo peor, es que allí donde uno vaya, aunque sea el lugar más recóndito –o que uno se lo crea-, se encontrará con el mismo espectáculo. ¡Qué pena!

Y para despedirme, os quiero dejar con una imagen de la luna creciente que iluminó mi regreso a la ciudad.

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