Él estaba allí como si fuera un peluche de nieve durmiente. Sentado sobre una de las sillas de la terraza solitaria de una cafetería porque el frío reinante ahuyentaba a las gentes. En un área de descanso de una autovía.
Su cara me enamoró. Me fui al coche a por la cámara de fotos pensando ya a quién iba a dedicar las imágenes que iba a sacar: a nuestra amiga Chari, de «Belleza de Corazón».
El gato dormía plácidamente pero en un estado de alerta. Cada vez que escuchaba el sonido de un camión que entraba a repostar a la gasolinera, abría tímidamente los ojos, giraba la cabeza, los volvía a cerrar…, pero sólo los abrió totalmente cuando le hablé. Y me miró fijamente, con sus ojos aguamarina de una belleza impactante.
Decidió despertarse definitivamente con un gran bostezo. Después se tiró de la silla, se me acercó, le volví a hablar y me despedí de él. Entré en la cafetería, me esperaba un café calentito. Él, desde el exterior de la puerta acristalada, me seguía con la mirada.